martes, julio 05, 2016

Un adiós al apasionado Mauricio Walerstein

En los 30 años que estuvo en Venezuela, este cineasta mexicano nacido en 1945 que se convirtió en uno de los precursores del cine nacional al lado de Román Chalbaud y Clemente de la Cerda, nos dejó mucho más que su gran cinematografía este 3 de julio.
Mauricio Walerstein llegó a Venezuela en el año 1972, para tomar las riendas de la producción de una película con miras a regresar pronto a su país, donde era conocido en su doble papel de director y productor. El cine azteca era una industria pujante y el apellido Walerstein no era ajeno a ella. Su padre, Gregorio Walerstein, era además de escritor, un prolífico productor mexicano que llegó a acumular una filmografía de 313 películas producidas.
El cine fue un oficio hereditario, por eso no fue extraño que a los 22 años, Mauricio comenzara a sumar en su filmografía bajo el papel de productor, títulos como Los Caifanes, Patsy mi amor, Para servir a usted y Paraíso.
Fue en el año 1971 cuando empieza su trabajo detrás de las cámaras con los largometrajes Las reglas del juego y un año después estrena en México Fin de fiesta. Es en México donde conoce al cineasta Román Chalbaud durante un festival de teatro y al director de fotografía Abigaíl Rojas, admirador de sus películas.
 A su llegada a Venezuela, en 1972, fue Abigaíl Rojas quien puso en sus manos un ejemplar de la novela Cuando quiero llorar no lloro, escrita por Miguel Otero Silva, con la intención de llevarla al cine. Walerstein se enamoró de la historia y vio una oportunidad de rodar fuera de su país temas que podían burlar la censura.
A finales de la década de los 60 y principio de los 70, Walerstein sintió que en México era imposible asumir una posición crítica desde el cine, porque el gobierno mandaba en todos los procesos creativos, desde el dinero que otorgaba para rodar películas hasta en las salas de proyección. Por eso, vio la oportunidad en Venezuela de tener la libertad de explotar un imaginario cinéfilo que se traduciría en historias que romperían esquemas no sólo en Venezuela, también en Latinoamérica.
Mauricio Walerstein no lo sabía en su momento, pero con su primera película en el país iba marcar una pauta y a quedarse por más de tres décadas.
Cuando quiero llorar no lloro se estrenó en 1973 con un gran éxito tanto de crítica como de taquilla. La adaptación del libro a guión fue un trabajo en conjunto con Miguel Otero Silva y Román Chalbaud, y de esa primera experiencia de Walerstein en el país, logró el reencuentro de un público que necesitaba verse reflejado en la pantalla grande.
 Muchos críticos de cine, llamaron a esa primera obra del mexicano en el país el paso “hacia la industrialización de nuestro cine”, lo que representó el reencuentro real con una producción nacional cinematográfica.
 Mauricio Walerstein había encontrado la fórmula de combinar con éxito lo político y social, y la aplicó en sus dos siguientes producciones, Crónica de un subversivo latinoamericano  del año 1975, y su obra más reconocida fuera del país,  La empresa perdona un momento de locura , protagonizada por Simón Díaz en 1978. Con este último largometraje, adaptación de la obra de teatro de Rodolfo Santana, ganó el premio del público en la cuarta edición del Festival de Cine Latinoamericano de Huelva, como un reconocimiento por abordar el tema de la explotación en el ámbito laboral.
El nombre de Mauricio Walerstein ya se escribía en la historia del cine nacional como uno de los precursores de su crecimiento al lado de Román Chalbaud y Clemente de la Cerda.
Después de su trilogía social, era el momento para Walerstein de experimentar en otros caminos: sus obsesiones.
De lo social a la pasión
 Irreverencia, pasión, trasgresión y sensualidad. Esas cuatro características rondaron los siguientes años en la filmografía de Mauricio Walerstein quien confesó que le gustaban los personajes que “se aman hasta el límite, a veces hasta morir”.
 Walerstein consideraba que el cine venezolano estaba todavía plagado de temas sumidos en el “colonialismo”, por eso, en 1982 su película La máxima felicidad llegó a las salas de cine con la intención de romper paradigmas, una manera de cercar el tabú desde un tema donde explora la bisexualidad y la historia de un triángulo amoroso entre dos hombres y una mujer. También en esta ocasión, se apoyó en la homónima obra de teatro de un conocido: Isaac Chocrón.
 Más allá de alejarse del tema, Walerstein siguió hurgando en las pasiones con una obra cinematográfica que se inscribe como la más recordada, “Macho y hembra” (1984), lo cual representó otro vuelco del público a las salas de cine.
Tres largometrajes más completarían su paso por el melodrama, De mujer a mujer (1986), Con el corazón en la mano (1988) y Móvil pasional del año 1993, aunque con estas nuevas experiencias las críticas apuntaban que el cine de Walerstein estaba rondando lo comercial, dejando de lado una profundidad en sus personajes.
 El cineasta mexicano toma una pausa y filma en Venezuela en el año 2000, Juegos bajo la luna.
Los últimos días
 Ante el fallecimiento de su padre, Gregorio Walerstein, Mauricio regresa a México para encargarse de la productora cinematográfica y se queda en su país donde continúa como director en Travesía en el desierto (2011), una co-producción México-Venezuela, apoyada por el CNAC, la cual se estrenó ese mismo año en nuestro país y obtuvo 22.625 espectadores, para finalizar su trabajo tras las cámaras con Canon-fidelidad al límite (2014).
 Aunque no regresó más a Venezuela, sus lazos continuaron desde México donde siguió en colaboración con directores, escritores y actores del país.
 “Ni yo he dejado Venezuela, ni Venezuela me ha dejado a mí”, confesaría el director sobre sus 30 años de trabajo en el país, donde se apuntó como uno de los precursores del cine nacional. 

Mawarí Basanta Mota

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