viernes, octubre 09, 2015

Mí Cabrujas

Conocí a José Ignacio Cabrujas Lofiego, vitriólico y original teatrero que amó a esta Tierra de Gracia y quien enseñó las claves de su método para interpretarla. Murió vivo y legó vastísima obra literaria que lo sobrevive, además de su hijo Diego Cabrujas e Isabel Palacios. Nació el 17 de julio de 1937 en Caracas y le falló el corazón en Porlamar, el 21 de octubre de 1995. Lo recordamos para que nadie, inteligente y además patriota,  lo borre de sus agendas y menos en este año cuando se cumplen dos décadas de su desaparición.
Imposible evocarlo sin aludir al crítico Leonardo Azpárren  y la escritora Yoyiana Ahumada, quienes rescataron  el legado intelectual de una de las intelligentzias más complejas y brillantes del siglo XX criollo y  analizaron el periplo cultural y humano del autor de  El día que me quieras,  Acto cultural y  Profundo, para citar textos claves de ese mural de la Gran Venezuela que enseñó a conocer y amar.
Con su permanente dialéctica  y su brillante juego paródico, rompió con el modelo del pensador distante del país, del criollo de a pie y se puso de tú a tú con él. Las nuevas generaciones deben estudiarlo para profundizar en los tópicos sobre los cuales se ha construido la idea de la venezolanidad y el porqué de sus taras: la provisionalidad, la distancia entre las instituciones y el individuo; el fracaso de esas propias instituciones, el concepto del Estado Mágico; el país como lugar de paso, la ciudad del “mientras tanto y por si acaso”, el redentorismo entre otras.
Y para los tiempos que vivimos, sin haber pretendido suscitar polémicas, dejó su melodrama  El americano ilustrado  donde metaforiza los intríngulis del conflicto diplomático de Venezuela con el Reino Unido y el nacimiento de Guyana y el burdo escamoteo que se hizo con el Esequibo. Para el crítico Azpárren Giménez esta obra es la coda del conjunto de obras que hicieron de él un dramaturgo indispensable. Es la saga teatral de los hermanos Lander y sus relaciones con Antonio Guzmán Blanco, el Ilustre Americano, que trasciende los enredos de la intriga para presentar el mundo de privaciones, anhelos y frustraciones de los personajes. Arístides y Anselmo Lander no resuelven, al igual que los personajes de obras anteriores, sus incompetencias en sus vidas privadas, en particular las relaciones con la pareja, al tiempo que su proyección pública, uno Ministro de Asuntos Exteriores y el otro Obispo, termina siendo un grotesco lamentable.
Ahí está su capacidad extraordinaria para “historiar” el teatro, de que la historia nacional le sirva como telón de fondo para un argumento es un teatro enraizado en la venezolanidad para hurgar en esa Gran Historia, la de Eduardo Blanco o Gil Fortoul y parodiarla, y decirnos “mira epa no sigas creyendo que somos un país grande”, sino un gran país mediano donde un protocolo, como el de Rojas Freire, borra los 300 mil kilómetros del Esequibo porque se derramó una compota de hicacos como transcurre  en  una  escena clave de  El americano ilustrado.
Cabrujas publicó casi todas sus obras y otros libros, entre ellos recordamos: Fiésole, Una noche oriental, El  autorretrato de artista con barba y pumpá  y  Sonny. Y Latinoamérica inventó la telenovela, libro póstumo, resultado de un taller que dictó sobre “El Libreto de Telenovelas”, en el Instituto de Creatividad y Comunicación (ICREA). ¡No lo olvidemos jamás!


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