sábado, mayo 10, 2014

Dos compadres y un edecán gochos

Gardié, Vidal-Restifo y Delli en roles históricos
“Una sola frase será suficiente para definir al hombre moderno: fornicaba y leía periódicos". Esta sentencia, del periodista y filósofo Albert Camus, la utilizamos para introducir esta reseña de Compadres, el segundo aporte del dramaturgo Javier Vidal al teatro venezolano del siglo XXI, después de entregar y protagonizar Diógenes y las camisas voladoras, estrenado durante la temporada 2011.
Ambos textos, de la más depurada ficción histórica, pertenecen a una serie del autor sobre facetas de la historiografía  criolla, quien busca suscitar entre su audiencia una reflexión y la natural relectura de los textos bendecidos por esa ciencia que es la historia, como tal, en este caso la venezolana.
Vidal, inspirado o azuzado por la historia novelada La guerra de los compadres de Simón Alberto Consalvi,  además de otros respetables textos, plasma un delicioso cuento, en seis escenas, sobre la picara amistad de Cipriano Castro con Juan Vicente  Gómez, teniendo como testigo o  edecán al jovencito Eleazar López, los hombres que decidieron los destinos de Venezuela entre 1899 y buena parte de las cuarta y quinta décadas del siglo XX. Tres caballeros andinos que leían periódicos y libros (o se los hacían leer) y fornicaban con cuanta hembra se les atravesaba o les proporcionaba el celestinaje palaciego.
Gracias, pues, a la habilidad dramática de Vidal y al tempo y la pulcritud  de la dirección asumida por Julie Restifo, nuestros espectadores disfrutaran con gozo al ególatra presidente y enemigo del imperialismo entregado a jugar ajedrez o dominó vernáculo con su compadre, tratando de sobrevivir a las ambiciones  de su rival de aventuras políticas y a la delicada enfermedad en sus vías urinarias que lo obligó a un viaje sin retorno a la lejana Alemania, perdiendo así para siempre el control del incipiente pais petrolero.
Es, pues, la historia novelada de la lenta caída de Castro y la traición de Gómez que ambicionaba crear y controlar una moderna Venezuela, al tiempo que alimenta  las ambiciones de su adlátere López. Tres machos modernos que crearon una estructura estatal que aún sobrevive a pesar de reformas y revoluciones de sus políticos. Trío de caballeros que gracias al glamour del poder manipularon a tirios y troyanos, pactaron con los poderosos, liquidaron sin piedad a sus rivales  y al final impusieron sus proyectos.
Ese glamour del cual hablamos, es, como lo sostiene Marcho Focchi, el encanto que embellece las cosas, haciéndolas parecer más de lo que son, es aquello que hace posible el enamoramiento, es lo que hace posible enseñar, gobernar o psicoanalizar.
 Lo notable de Compadres, y se le agradecemos al autor y la directora, además de la pulcritud actoral Juan Carlos Gardié, Antonio Delli, Jean Vidal Restifo y Laura Gardié, es que hemos visto una impactante y hasta conmovedora “película teatral” sobre las cuitas íntimas  de esos tiranuelos que hicieron lo que se les dio la gana con un sufrido pueblo, pueblo que organizado, décadas después, decidió participar más activamente en la conducción de  sus destinos y en eso anda ahora.
Compadres no es iconoclasta. Reconstruye finamente los perfiles de unos caballeros que engañaron a sus pueblos hasta que cayeron victimas de sus ambiciones y por la fuerza de una sociedad consciente y más culta. Esa historia la venezolana, más o menos la conocemos todos y ya es tiempo de analizarla e incluso teatralizarla, sin miedo, para digerirla más.
Y sería injusto cerrar esta crónica crítica sin recordar a los lectores-espectadores que antes de fin de año se verá en los cines venezolanos la película La planta insolente, de Román Chalbaud, centrada en la saga de Cipriano Castro, otra producción de la Villa del Cine. “El cabito”, pues, sigue en la escena venezolana, así como Gómez tuvo su renacimiento  cuando RCTV lo mostró en sus telenovelas, gracias al actor Rafael Briceño y  al escritor José Ignacio Cabrujas.


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