sábado, marzo 08, 2014

Los envejecientes

Vidal y Renán en la última pieza que escribió Chocrón
El teatro caraqueño no ha cesado, en medio de la violencia callejera -cainítica para unos o demostración de  retozos democráticos, según otros- la cual arroja un cruel e ingrato  balance de muertes y pérdidas económicas. Vimos las peripecias de la Compañía Regional de Portuguesa para exhibir  su Compañeros de viaje en la salita del Laboratorio Anna Julia Rojas, las funciones del Circuito Teatral de Caracas en cuatro salas que gerencia Fundarte  y reseñamos el inicio de la temporada de Los navegaos de Isaac Chocrón Serfaty (1930-2011) en el Trasnocho.
A escasos ocho años de haberlo estrenado, repusieron Los navegaos con los correctos actores Javier Vidal, Armando Cabrera, Eben Renán y Samantha Castillo,  dentro del dispositivo hiperrealista, creado por Edwin Erminy,  la cuidadosa dirección de Michel Hausmann y la pulcra producción de Yair Rosemberg.
Los navegaos  es la saga de dos hombres mayores, Juan (Vidal) y Brauni (Cabrera), quienes llevan varias décadas juntos porque son amantes  y con edades por encima de los 60 años, o sea ya en el proceloso camino de "los envejecientes", cuya paz del retiro en su casa de la isla Margarita es alterada por la repentina visita de un familiar -Parol (Renán), mudo, pero no sordo- y por la materialización del fantasma de la muerte, la cual esperaban para más adelante, pero llegó y sin anunciarse. Esos personajes crean situaciones cómicas por lo que hacen, más no por lo que dicen, y le dan un ritmo entretenido al espectáculo, especialmente por los intentos del mudo de hacerse comprender por los otros.
Hay además en el espectáculo un símbolo que advierte sobre el final de sus vidas, como es el corte de unas trinitarias que amenazan los muros del refugio de la pareja de amantes, ahora convertidos en amigos hasta el final, y está además la presencia de la cachifa Luz (Castillo).
Con respecto a Los navegaos hay que advertir que  Chocrón Serfaty de nuevo recurre a todas sus tradiciones estilísticas, desarrolladas a lo largo de su veintena de piezas, en cuanto a temática, conflictos, pureza del lenguaje y, fundamentalmente, el mensaje que lanza al público por intermedio de interrogantes que el mismo debe responderse.
El público, para el cual siempre se trabaja, ríe a mandíbula batiente de las tragedias de la pareja de gays "envejecientes" y el drama del mudo. ¿Por qué? ¿Será que eso nos le pasará o es que nunca vio a un mudo con su peculiar ballet de manos y sonidos guturales haciéndose comprender de sus iguales y captando las miradas de los curiosos?
¿Es frívola esta obra de Isaac Chocrón Serfaty? No, su teatro  está envenenado, tiene contenidos duros para que el público los descubra, los saboree y termine aceptándolos. La vida dura con la familia sanguínea, la pasión y el amor con la familia elegida, la resistencia para seguir viviendo y la muerte como conclusión de todo lo hecho y de lo no realizado, fueron siempre sus fantasmas. Y él los llevó, sin miedo alguno,  a la escena.


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