sábado, septiembre 25, 2010

Venezolanas muy teatrales

Maestra de vida y madre de verdades es la historia, como lo enseña Cicerón, y lo recordamos aquí para aplicarlo a la saga de las artes escénicas criollas, porque el ayer teatral permite comprender el ahora y hasta predecir el mañana. Informa sobre la compleja tradición escénica venezolana y explica por qué en las salas de espectáculos caraqueños pululan piezas sobre múltiples vicisitudes femeninas, desde crispados monólogos vaginales hasta complejas crisis menopáusicas, desesperadas soledades de damas de buen ver y malas estrategias para conseguir compañía masculina/femenina con implicaciones eróticas o sin ellas, o incluso estrujantes fabulas sobre amores imposibles y hostilidades sociales que frustran apasionadas relaciones románticas, etcétera.
En síntesis, nada de lo que ahí actualmente se exhibe llegó por generación espontánea, ya que si es mujeril la mayoría de la audiencia que colma los espacios teatrales, resulta lógico y hasta muy “comercial” que la escena plasme la cotidianidad del “segundo sexo” (definición popularizada por la ideología heterosexista) y aún sea revolucionaria o conservadora en algunas ocasiones. Pero nunca jamás uno solo de esos espectáculos es banal, porque sería negar la esencia de una nación donde la mujer es base de la célula familiar y motor de una comunidad matriarcal, asunto que no ha sido asumido públicamente, pero que está ahí…gracias a Dios.
Hay, pues, toda una tradición dramatúrgica feminista criolla y lo demuestras piezas como María Cristina me quiere gobernar de José Gabriel Núñez, Ok de Isaac Chocrón, El pez que fuma de Román Chalbaud, A 2,50 la cubalibre de Ibrahim Guerra y Baño de damas de Rodolfo Santana, entre otros textos que no evocamos aquí para no exacerbar con citas eruditas.
Y a ese “quinteto de pantaletas doradas”, por así llamarlo, hay que sumar Esperando al italiano de Mariela Romero, estrenada por Armando Gota durante la temporada 1988, en la sala Alberto de Paz y Mateos, cuando la produjo el Nuevo Grupo, con la participación actoral de Malú del Carmen, Liliana Durán, Estelita del Llano, Belén Díaz y Gilberto Pinto.
A 22 años del rumboso estreno y su exitosa pasantía en el teatro Las Palmas, Esperando el italiano reapareció en la sala Trasnocho con una puesta en escena bastante digna, que firma Tullio Cavalli, y las deliciosas caracterizaciones obtenidas por Caridad Canelón y Marisol Matheus (las mejores), apuntaladas con Carolina Perpetuo, Hernán Marcano y Dora Mazzone. Un quinteto de artistas profesionales entregados con pasión a darle vida a una situación donde la verdad y la amistad están destinadas a un desenlace fatal.
Mariela Romero escribió tal pieza para homenajear a su mamá Rosalía Romero y legar así un testimonio sobre un sector de la comunidad caraqueña de los 60, 70 y 80 del siglo XX, cuando un batallón de damas desafiaron convencionalismos y lucharon para materializar sus fantasías, como esa de hacer el amor con un padrote importado de Roma, para evitarse chismes del vecindario y disfrutar de otras costumbres amatorias. Ese metafórico cuento erótico le permite a la dramaturga revisar un pasado, que está ahí, proponerle una sociológica segunda lectura al público de la centuria XXI y además un disfrute nostálgico, porque el montaje está en época, aunque el elenco y el director eran jovencitos cuando todo aquello pasó en la vida real y en la escena.
¿Está envejecida esta comedia de Mariela Romero? Depende del criterio con que se la juzgue. Ya que los tiempos han cambiado bastante y las mujeres también, especialmente en lo referido a sus conductas amatorias, por la mayor libertad de que disponen ahora, y hasta lo poco práctico de importar a un macho cuando aquí, en el mercado del erotismo cotidiano, abundan y están solícitos para prestar sus servicios, convocados gracias a la Internet o a los miniavisos de las páginas "clasificadas" de los periódicos y revistas. Pero Esperando al italiano es algo más que un juego sexual con un embarque o cita incumplida al final, es una exaltación a la amistad, a la evocación de los gratos recuerdos, a la complicidad de los amigos para los asuntos más turbios, como esa compra del placer sexual. Es una oda a la amistad que no tiene parangón y todavía está vigente, al menos en esta Venezuela que Mariela Romero (Ibarra es su verdadero apellido) ha llevado a la escena caraqueña, cuando han 22 años que parecen mas bien un siglo después de su debut.

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