martes, agosto 11, 2009

El jardín de los imaginarios

Es venezolano y disfruta sus 28 años. Es teatrero y ya se lo conoce como un creativo director de espectáculos. Hablamos de Juan Carlos Souki, el mismo que con su versión escénica de El jardín de los cerezos, de Anton Chejov, ha calentado los fríos escenarios caraqueños, porque ha mostrado y demostrado lo que ocurre en una sociedad que no se da cuenta que los tiempos y los seres humanos cambian y mucho más cuando se gestan revoluciones de toda índole
Pero dejemos que sea Souki quien nos diga lo que piensa y lo que quisiera decir de otra forma para no herir o no molestar.
-¿Qué pasó con Nueva York y sus estudios?
-Terminé una maestría en dirección escénica en la Universidad de Columbia y estoy convencido que significó mucho para mí como artista haber tenido la oportunidad de ser parte de ese programa. Fue un período maravilloso de tres años de trabajo intensivo de laboratorio, el cual vino acompañado de muchas cosas y descubrimientos. Allí mi formación tomó un curso distinto, más profundo y disciplinado. Allí surgieron nuevos intereses e inquietudes que siguen vigentes y en crecimiento y que estoy seguro se multiplicarán con el pasar del tiempo.
-¿Ha decido trabajar en Caracas y abandonar esa maquina que muele gente y talento que es Estados Unidos?
-Cuando terminó el post-grado comencé a trabajar como director free-lance en Estados Unidos, firmé con una agencia y me propuse aventurarme a un año de gracia para evaluar las posibilidades de quedarme o volver. Surgieron algunos proyectos interesantes en Performance Space 122, hice una pasantía en teatro y tecnología en el Massachusets Institute of Technology, fui invitado a dictar algunos talleres en Buffalo, Niagara y Nueva York. Dirigí en dos teatros del circuito Off Broadway y off off Broadway y dirigí un espectáculo regional en Nueva Jersey. El camino estaba despejado y prometía traer frutos, sin embargo resultaba aún imposible mantenerme dedicado únicamente a la dirección y era exactamente eso lo que quería y me sentía preparado para hacer.
“Vine a Caracas a dirigir un Cascanueces Flamenco y decidí quedarme por un tiempo. Nueva York es un lugar apasionante pero complicado, desde muy joven mi sueño ha sido conceptualizar proyectos escénicos desde la raíz y tener una compañía con total libertad creativa que reúna a un colectivo de marcadores de tendencias trabajando por crear un teatro total, una idea wagneriana que me apasiona mucho. Esta inquietud es el resultado de haber crecido en un lugar como Venezuela en una época en la que un muchacho de 16 años podía conseguir espacio dentro de la programación de las salas profesionales si se empeñaba lo suficiente y tenía paciencia para molestar”.
“En USA el camino era distinto y en cierta forma un retroceso profesional. El tipo de trabajos a los cuales podía aplicar eran trabajos que había hecho ya a los veinte años y el tipo de trabajos que soñaba estaban dispuestos a personas con una carrera sólida y desarrollada en USA. Era básicamente una cuestión de diferencia de contextos y lamentablemente no tenía la capacidad de inversión para iniciar mis propios proyectos. La decisión personal tenía que ver con dos factores: ¿Prefería hacer mis propios proyectos en Caracas o aferrarme a cualquier oportunidad para no dejar los Estados Unidos?”
“Siento que los próximos diez años de mi vida van a ser fundamentales en mi identidad como director. Y para mí es fundamental poner toda la atención en el desarrollo de estos proyectos soñados. Creo que invertir estos años en proyectos de otras personas apostando a un golpe de suerte sería un suicidio como creador. Estando de vuelta en Caracas con todas estas ideas en la cabeza y trabajando en conceptualizar aquel Cascanueces Flamenco volví a encontrarme con un equipo al que extrañaba mucho y me enamoré de la idea de iniciar una compañía en Venezuela. Es algo que como sabes he hecho recurrentemente desde que estaba en el bachillerato. Así que fundamos Imaginarios de Venezuela, una casa creadora de contenidos para escenario”.
“Con Imaginarios de Venezuela hemos descubierto una manera para ser autosuficientes haciendo nuestros propios trabajos en fusión con proyectos de terceros. Mi sueño es poder hacer esto aquí y afuera pero hacerlo así. No estoy interesado en ser un director obrero, quiero ser un artista conceptual... Lamentablemente ese es un camino largo y estamos comenzando a recorrerlo, es un misterio cual será el futuro de esta idea”.
-¿Ahora que se has reincorporado a la actividad caraqueña como se siente, como ser humano y como artista?
-Es una pregunta difícil y con respuestas cruzadas. Caracas me da las libertades, el espacio y las posibilidades de desarrollar mis proyectos personales como director. Cumple un sueño de volver a mi país y también me da la furia de un colectivo de gente joven que quiere hacer cosas y quiere pertenecer a algo. Me da la oportunidad de hacer los proyectos que quiero hacer aunque con serias limitaciones técnicas.
“Por otra parte, personalmente la vida en la ciudad es aterradora y gris. Estamos viviendo un mito en tres dimensiones que para me limita mucho las posibilidades de crecimiento personal. Es algo que me hace sentir rabia algunas veces, porque, como explicaba, antes es éste el lugar donde quiero estar”.
“Para mí es fundamental estar al día con lo que ocurre en otros países y eso es cada vez más difícil en Caracas. Educarse es muy difícil. El acceso a material audiovisual, libros, videos, tecnología y música está totalmente saboteado por las limitaciones con las divisas. La opción única es Internet, la piratería y muy contadas excepciones a precios imposibles de pagar”.
“Quizás es ridículo y egocéntrico ver la situación del país desde un punto de vista tan mínimo y personal... Pero son esos los lentes que tengo puestos todos los días. Los lentes de un artista de 28años que sueña con crecer en Venezuela y disparar un cohete desde aquí. Creo que soy uno de esos desafortunados al que le prometieron un futuro posible y progresista en Venezuela pero la empresa decidió cerrar ese departamento y ahora tiene otras prioridades”.
-¿Vale la pena luchar o es mejor arrancar otra vez hacia el exilio dorado?
-Mi manera de luchar es hacer proyectos que tengan calidad artística y valor intelectual en Venezuela y es algo que quiero seguir haciendo mientras sea posible. Desde muy joven decidí ser director y me he entrenado muy duro para eso. No soy boxeador, ni militar ni militante político. Mi lucha es trabajar 12 horas al día en un país donde quieren que solo trabajemos seis. Lo que quiero para mí, mi familia y las personas que amo es la posibilidad de crecimiento personal, intelectual y espiritual. Si Venezuela nos da eso es este el lugar donde quisiera estar. Si nuestros sueños no son compatibles con los sueños del país iremos a buscarlos a otra parte.
-¿Por que ha seleccionado El jardín de los cerezos?
-Escribí esta adaptación mientras estaba en la Universidad. Vi un semestre intensivo de Chejov y la muestra final debía ser montar una de sus obras largas. Estaba un poco escéptico al principio del semestre y terminé enamorándome de los textos de Chejov.
“Luego de leer varias adaptaciones y traducciones de El Jardín…. decidí hacer mi propia versión deconstruída. El asunto del cambio social y las múltiples perspectivas defendidas en la obra me llamó mucho la atención. También me maravilla esta capacidad de los rusos de no presentar a sus personajes como buenos o malos, sino como seres humanos con distintas perspectivas sobre la vida que cometen errores por igual. Los personajes de esta obra, al igual que nosotros, son testigos de un momento de cambios fundamentales que herirán a unos y beneficiarán a otros”.
-¿Cree que tiene vigencia en estos momentos bolivarianos?
-Tiene vigencia en este momento del mundo y estoy seguro que la seguirá teniendo. Tiene resonancia en Venezuela, en USA, en el Medio Oriente, en toda América Latina. Es un momento en el que todos quieren jalar la cuerda para su lado. Creo que es una obra que nos salpica a todos. Lo que me gusta más es que la obra no emite juicios de ningún tipo, solo presenta una realidad.
-¿Por qué esa versión y esa teatralización?
-La versión fluyó de manera natural, ha sido un ejercicio de trasladar este texto a nuestro hoy y los personajes de Chejov permiten eso. Allí la prueba que certifica que El jardín… es un clásico verdadero. No habla de un momento, pero si habla de una especie... la nuestra.
-¿Satisfecho?
-Estoy contento, muy contento. Nunca estoy del todo satisfecho. La ventaja del teatro y su inmediatez es que siempre puede ahondar más, crecer más y descubrir en si mismo nuevas profundidades. Espero que esta versión se mantenga viva y cada día sea más fuerte y mejor.
-¿Qué planes tiene?
-Seguir conceptualizando proyectos sin descanso. Estoy castellanizando mi versión de Crimen y castigo de Dostoievsky con miras a estrenarla en los próximos meses, iniciando así un proyecto de teatro documental Iberoamericano que se llamará Composición 2.0 y preparándome para dirigir algunos conciertos de músicos venezolanos. El paso siguiente es crear los puentes para que estos trabajos venezolanos puedan ser mostrados en el interior y exterior del país.

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