viernes, mayo 29, 2009

Salvato hace "La guerra" en Bogotá

Nació en la siciliana Santa Ninfa el 1 de enero de 1960 y fue aventado por un terremoto hacia Caracas en 1968. Estudió y comenzó a trabajar en ese “nido de aguiluchos” que fomentó Carlos Giménez en el grupo Rajatabla de los años 80. El paso del tiempo ha sido positivo para el artista Sebastiano Salvato, ya vuela solo y ahora está al frente del espectáculo La guerra de Carlo Goldoni, el cual es un proyecto curricular de la Universidad de Artes Escénicas ASAB, de Bogotá, que será estrenado el próximo 17 de junio en el Teatro Camarín del Carmen.
Salvato explica que La guerra es una vivaz y satírica representación de la vida militar, es única dentro de la producción goldoniana, no solo por su estructura dramática modernista, sino también por la trama y el tema de la guerra que son tratados de una forma “actual” y donde se vislumbran esas razones del espíritu humano. “El espectáculo presupone distintos niveles de lectura dentro del clima brechtiano, con un tono expresionista. El habla se desarrolla sobre un hilo de la tensión irónica, con una pizca de crueldad, donde todos los personajes parecen tener su propia razón; pero es una excusa: aquí los conflictos viven acentuados para refugiarse en pretextos”.
-¿Por qué monta La guerra en Bogota?
-Uno presenta La guerra en Bogota y es natural pensar que el montaje esta dirigido a hacer critica socio-política a la guerrilla colombiana. Por eso aclaro que soy un director que ha tratado de dar múltiples lecturas a sus espectáculos, precisamente porque trato los temas desde un punto de vista amplio y universal, nunca nacionalistas, ni regionalistas. Mi montaje no pretende ser una interpretación histórico-política de una guerra, aunque es posible que sea la de Colombia, o como las de Irak o Kosovo, o alguna otra de las actuales, incluso de esas que los medios de comunicación no hablan. La guerra goldoniana es una apocalíptica metáfora estético- moral del mundo occidental con su extrema degradación, con un capitalismo fracasado, con su cinismo y donde compiten el orden y el caos.
Agrega que su propuesta de La guerra está lejana de una tradición estereotipada que pretenda hacer, ver a todas costas, un Golgoni edulcorado o como si Goldoni fuese solo el Arlequín o la Posadera. “No, Goldoni fue un gran reformista, de la época de la ilustración. Hombre de teatro y políticamente dentro de la historia de su tiempo. La guerra es una obra maestra que influenció la dramaturgia alemana, desde Lessing hasta Brecht. Goldoni anticipa lo que sucesivamente Brecht llamará, después, distanciamiento brechtiano”.
-¿Por qué se alejó de Caracas?
-En 1991 tenia previsto viajar a Europa para experiencias laborales y después regresar a Venezuela para seguir trabajando en el teatro, en la ópera y desarrollar las tareas que nos incumbe a los directores de teatro. En Italia trabajé, durante dos años, en la Arena de Verona como asistente de dirección de Vittorio Rossi; pasé a París y participé en talleres para directores en la escuela de Jaques Copeau. Mientras tanto, pude viajar por Alemania, Holanda, España, Italia e Inglaterra, viendo teatro para compararlo con el de Venezuela y, francamente, por lo menos en esa época, nosotros no teníamos nada a que envidiar al resto del mundo. Cuando estaba al punto de regresar a Caracas, en 1993, se nos fue nuestro maestro Carlos Giménez. Pase por momentos de crisis, no sabia que hacer. A todas estas, Venezuela entró en una prolongada crisis social y económica que involucró la estabilidad de mi familia, la cual, después de muchas peripecias decidió, con pena en el corazón, regresar a Italia, aunque una parte de mis familiares sigue viviendo en Puerto Ordaz.
-¿Qué hizo durante los últimos años?
- Hice en el mundo lo que tenía que hacer en Venezuela, o sea trabajar para el desarrollo de las artes escénicas, según un planteamiento estético, una idea de teatro, un rigor, un estilo. En ese sentido, no he cambiado ni una sola coma con respeto a la idea que tengo del teatro.Las enseñanzas de Giménez me quedaron fijas tal cual como antes. Es decir no hay teatro comercial, con sus apetitosos cachés, que me pueda corromper. Creo en un teatro de arte para los pueblos, en un teatro como instrumento pedagógico y educativo y, aunque se perfectamente que el teatro nunca podrá cambiar la sociedad, estoy conforme con que logre modificar un milímetro la consciencia de 100 personas por función, para si detener, un poco, la oleada de vulgaridad que atañe este nuevo siglo. Los montajes que he realizado son muchos, superan los 40 y especialmente Los gigantes de la montaña de Luigi Pirandello, exhibido en el teatro Gorki de Tashkent, Uzbekistán, es el espectáculo que marcó un hito dentro de mi trayectoria como director, desde el punto de vista estético y actoral.
Subraya que hizo cuatro montajes, en países de habla rusa, del mítico Arlequín, “el cual me persigue desde hace 12 años, y ha sido mi caballito de batalla no solo desde el punto de vista del éxito de taquilla, sino también porque es una pieza fundamental para la formación del actor y del director también. Ese trabajo mío es una síntesis práctica de las teorías de Jaques Copeau y de la escuela francesa del mimo corporal. Y tengo previsto un ulterior montaje de Arlequín en Córdoba, Argentina, para el próximo año, el cual, justamente, será en una sala de teatro dedicada a mi maestro Giménez”.
-¿Satisfecho por lo logrado?
-No es pura vanagloria, usted me conoce bien, pero me puedo considerar un hombre de teatro de éxitos, respetado en los ambientes culturales internacionales, justamente por la coherencia de mi carrera. Hay que creer, ser coherente con lo que se hace y se dice. Sabemos perfectamente que la historia del teatro es una historia de crisis y el verdadero director nunca podrá echar escarchas al mundo de la cultura. El teatro puede hasta deseducar, si está mal hecho. Siempre he sido definido en lo que he creído y he logrado montar todos los títulos que he considerado necesarios para mi desarrollo artístico y el desarrollo de un país que siempre es distinto al de otros países. Asumo que es grande la responsabilidad de un director que dice ciertas cosas con un cierto estilo y ante un determinado pueblo..
-¿Por qué no ha podido presentarse en Caracas?
-Si he tenido proyectos para mostrar mi trabajo en Caracas, pero se han caído todos, por razones burocráticas y por pereza intelectual de algunas personas claves. A partir de esos repetidos episodios, de proyectos que se hunden, he venido trabajando desde haces años con mi Asociación Cultural Centro Euro Latinoamericano de Cultura, con sede a Roma, para hacer conocer la dramaturgia y el teatro venezolanos en Italia. He tratado de llevar adelante proyectos con las instituciones italianas y venezolanas, las cuales siguen sordas ante cualquier evento cultural que no sea, por parte de los venezolanos, pura música. No hay más que decir.
-¿Qué obras podría montar en Caracas?
- ¡Ah, vamos a intentarlo otra vez! Me gustaría, hacer el mismo trabajo que estoy haciendo en Bogota’ para la Universidad de Artes Escénicas. O sea montar un espectáculo para un proyecto curricular para la Universidad Nacional Experimental de las Artes, con los actores que van a egresar de la facultad de teatro. Por ejemplo, quisiera montar La guerra de Goldoni.
-¿Qué recuerda de la Caracas de los 80?
- Yo nací para las artes en Caracas y mi padre fue Carlos Giménez. La Caracas de los ochenta era una Caracas realmente internacional, para nada provinciana, donde pasó’ el mejor teatro del mundo. Para mi fueron los años del descubrimiento, de la primera madurez, de las amistades que aun guardo en mi corazón y no hay un solo día de olvido o de esperanza en volver. Mi formación cultural es mestiza. Soy el perfecto euro –latinoamericano. No me siento totalmente italiano, no me siento totalmente venezolano, peso me siento europeo y latinoamericano en el sentido mas amplio del termino que va desde Mozart hasta gallegos, de Leonardo a García Márquez, Ginastera a Rivera,a Rossini, Thomas Mann, Visconti, Fellini, Strehler, Gimenez.



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