miércoles, marzo 18, 2009

Reglas de urbanidad de sociedades muertas

El filosofo y teatrero Jean-Luc Lagarce nunca conoció Venezuela. Murió en París el 30 de septiembre de 1995, victima del Sida, a los 38 años, cuando era “el secreto mejor guardado de la dramaturgia francesa”,pero ahora lo han convertido en el autor con más obras representadas tanto en su país como en el extranjero. Es una victima más de esa pandemia que ha diezmado no sólo a las artes, durante las ultimas tres décadas, pero quien al menos logró trascender gracias a la sapiencia de sus amigos y aguerridos directores empeñados en difundir algunos de sus 25 textos.
Ahí, en el conjunto de su magnifica obra, él pregunta a sus eventuales audiencias, entre otros tópicos, cuales son las razones “por qué estamos en la tierra y cómo vivimos” y les reitera que “nacer no es complicado; morir es muy fácil; vivir entre estos acontecimientos no es necesariamente imposible”. Eso es filosofía eterna, esa es la angustia de los seres humanos ante sus aciagos destinos.
Gracias al director Orlando Arocha y las primeras actrices Diana Volpe, Haydée Faverola y Carolina Leandro, en el Espacio Plural del Trasnocho Cultural, hace temporada, desde el pasado 23 de enero, su pieza Las reglas de urbanidad en la sociedad moderna, convertida en un singular espectáculo donde tres mujeres, cual reencarnaciones de las míticas brujas del Macbeth shakesperiano o las moiras griegas o las parcas romanas, desgranan con precisión y además representan las diferentes normas que deben ser respetadas o tomadas en cuenta por cada uno de los miembros de las sociedades contemporáneas. Es un teatro altamente conceptual, pero sus formas son clásicas, casi elementales, por lo cual puede resultar “antiguo” en la forma, pero mucho más contemporáneo en sus contenidos. Es, incluso, revolucionario y a la francesa, lo cual ya es bastante.
Lagarce en Las reglas de urbanidad en la sociedad moderna (escrita en 1994) -que es originalmente un monólogo, pero al que el venezolano Arocha transformó conceptualmente y ahora lo representa como una pieza para tres actrices- plantea que es necesario saber o conocer que para cada circunstancia o actividad existencial debe tenerse siempre una solución o una explicación, ya que “la vida no es si no una seguidilla de problemas y cada uno de ellos debe tener una solución”.
Arocha coloca a sus tres “brujas” a dramatizar, en ritmo de fina comedia, aunque en momentos se convierta en farsa, una charla o conferencia sobre el comportamiento correcto en sociedad. Obnubiladas por asegurar el estricto respeto a la tradición, desgranan con precisión las diferentes reglas que han de ser respetadas durante las ceremonias que marcan las etapas de la vida, desde el bautismo hasta el entierro pasando por la presentación en sociedad. En el camino, cual hadas malignas, dejan colar sus comentarios personales, amargos o poéticos, como si quisiesen adueñarse del juego de la vida controlarlo.
El hecho de alterar la estructura propuesta por el autor y convertir al monólogo en una pieza para tres personajes, demuestra, una vez más el depurado conocimiento y la habilidad práctica que Arocha tiene del oficio de la dirección escénica y la aplicación que hace en pos de rescatar la teatralidad del texto y convertirlo en un delicioso espectáculo, especialmente con todo lo relacionado con las bodas o desposorios, la cual es una ceremonia clave para la vida de las parejas, especialmente dentro de las sociedades entusiasmadas por el boato y las ceremonias, aunque tales rituales no conllevan la felicidad de las parejas, que es el fin ultimo de los matrimonios, en general.
Con esta obra donde retoma los preceptos exactos de un manual de urbanidad francés de principios del siglo XX, Lagarce propone una análisis del carácter mortal de las sociedades que renuncian al riesgo o al cambio, que no son capaces de alejarse de sus únicas verdades, que fracasan por anticipado construir un futuro.
La escenografía de Orlando Arocha y el vestuario de Raquel Ríos permiten al espectador revisar los innumerables y ricos matices del texto, que permanentemente nos lleva e vernos en el espejo de los ritos sociales y a preguntarnos, en palabras del autor, reiteradas por la tarea creativa de Arocha, hasta donde un colectivo que se dedica únicamente a la contemplación mórbida y orgullosa de su propia imagen no es, en realidad, “una sociedad muerta" y por ende en confrontación con todo lo que sea cambio o alteración de la rutina.
Por supuesto que el trabajo actoral de estas tres moiras criollas es excelente, de principio a fin. Atrapan al público y en esos 70 minutos que dura su ritual hacen reír y también estremecer por la verdad y la crudeza de lo que ahí enseñan, gracias a sus registros interpretativos jugados siempre sobre la farsa trágica.
Soñar con que se muestren más obras del legado de Lagarce no cuesta nada, pero al menos Moisés Guevara en el Teatro Trasnocho, que el regenta con solvencia, podría organizar unas lecturas dramatizadas para que el público escuche y rabie , una vez más, por lo que o puede ver en la escena. ¿Cuantas décadas de desfase con la dramaturgia mundial tiene el publico vernáculo?
Y la mejor advertencia o la más dolorosa respuesta la escribio así Jean-Luc Lagarce, quien sigue siendo actual, si leemos que “Una sociedad que renuncia al arte, en nombre de la cobardía, de la holgazanería inconfesable, de la falta de perspectiva, que renuncia al patrimonio del mañana, para contentarse en la autosatisfacción más beata, con los valores que cree haber forjado y que en realidad heredó, esa sociedad renuncia al riesgo, se aleja de su única verdad, olvida por anticipado construir su futuro, no dice nada, ni a los otros, ni a sí misma”.

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