martes, abril 29, 2008

"Al pie del Támesis" es un exorcismo por la libertad

El encuentro inesperado entre Guillermo Cabrera Infante y Esdras Parra en Londres, ocurrido hace más de siete años, tras una castradora “cirugía de reasignación de sexo” a que se sometió el poeta venezolano, no es más que la fuente de inspiración o motivación para crear Al pie del Támesis, obra de Mario Vargas Losa estrenada en el Teatro Británico, bajo la conducción de Luis Peirano. Así lo concluímos después de verla en Lima.
Eso le ha permitido al célebre intelectual peruano abordar con prudente elegancia en un mismo espectáculo la temática de la homosexualidad combinada con la transexualidad, un “ruidoso cóctel” informático que está de moda no sólo en el ámbito del showbussines sino especialmente en congresos de psicólogos y psiquiatras. No es un secreto que hay una revisión a fondo de los derroteros de la sexualidad en el siglo XXI y desde ya se estimula una necesaria investigación científica ante el incremento de dichas conductas o comportamientos sociales nada convencionales y totalmente trasgresores para la moral y la ética burguesas, sin contar el rechazo que hay en las naciones socialistas y en regímenes teocráticos a todo aquello que pueda interpretarse como “desviaciones de la normalidad” o cual otra manifestación de la libertad humana.
En pocas palabras, sin temblarle el pulso y rompiendo con la pacata burguesía, para Mario Vargas Llosa (Arequipa,72 años) ese “encuentro inesperado” le permitió abrir la escena para mostrar una historia ficionada sobre “Chispas” Bellatin, un adolescente de la rancia sociedad limeña que mató a su compañerito de estudios “Pirulo” Saavedra, porque este intentó darle un beso en la boca mientras se entretenían en el gimnasio. Treinta y cinco años después, “Chispas” (encarnado por Alberto Isola) revela una de sus más lacerantes pesadillas, mientras descansa en una suite del hotel Savoy de Londres: “Pirulo” se le presenta convertido en su “hermana” Raquel Saavedra (Bertha Pancorvo) tras una compleja operación en Casablanca, y lo invita a vivir lo que no pudieron antes, cuando eran jóvenes: amor, matrimonio y feliz vida de pareja.
PELIGROSAS PESADILLAS
“Chispas” en esa prolongada situación onírica, porque así es la técnica doble que usa el dramaturgo, desnuda su vida intima frustrada, su desastre físico-psicológico con las mujeres (lleva tres divorcios en fila) y asoma que es un homosexual que no se asume, lo cual queda materializado al final, porque otro “Pirulo” con toda la carga que ese personaje tiene, lo despierta para llevarlo a una importante reunión de negocios, que es el único ámbito donde “Chispas” ha triunfado y ganado fortuna. El sueño del irredento asesino finaliza con un estrujante monólogo que recuerda al Willy Loman de La muerte de un viajante de Arthur Miller, pero que no conduce al suicidio de “Chispas”, sino que lo lanza a proseguir con su vida del disimulo y su desenfrenada carrera por más riquezas, aunque sea infeliz en su privacidad.
Dicho de otra manera, Mario Vargas Llosa usó el caso Esdras Parra como pretexto para plasmar en la escena limeña otro lamentable suceso de homofobia no asumida y la solución que “Chispas” sueña dentro de su sueño: un cambio de sexo para que todo sea simulado. Pero nosotros creemos - el teatro tiene razón de ser por las metáforas que encierra- que el autor de La casa verde va más allá. Abofetea a la sociedad peruana y a sus similares en el resto del continente americano, porque juegan a la indefinición en la política como en el sexo, se traicionan a sí mismas con tal de ganar unos dólares más, aunque desgracien a las clases más pobres de sus republicas. ¡Ya Moliere lo hizo antes!
Hay, pues, una lectura política muy obvia en Al pie del Támesis, porque sus personajes son símbolos, aunque el escándalo del sexo sea más sugerente, estridente y muy directo, y puede que asuste a unos cuantos mojigatos que aún quedan aquí o allá, a los que moran en sus closets de dia y de noche salen cual lobos de cacería.
MONTAJE MINIMALISTA
El espectáculo, logrado gracias a la paciencia y al talento del elenco ahí reunido y al rigor del director Peirano, es una muestra depurada de esa tendencia del contemporáneo teatro estadounidense donde lo que se busca es la materialización de los personajes por encima de adornos y elementos escenográficos. Convertir al escenario en verdadera “caja negra”, donde el espectador pueda disfrutar del desarrollo de las psiquis de los personajes, con todas esas pulsiones, como acota el puestista, ”que cada uno puede eventualmente reconocer en si mismo” y permitir así la expiación, ese estado de animo que tanto anhelaban los clásicos griegos. Hay un especial cuidado con los ritmos de los personajes y un rigor para obtener y mantener la dramática atmósfera donde ellos se mueven cual si fuesen peces en un acuario de culpas propias y ajenas. Es un espectáculo intelectual para quienes pretendan reflexionar sobre lo que está pasando más allá de las apariencias, en Lima y el resto del planeta, cuando los seres humanos pretendan vivir por encima de lo normado, que pretendan tener libertad para escoger.
Los actores son conmovedores por lo que encarnan y como lo muestran. No hay desperdicio sino exceso de talento y pasión, fundamentales para esos buenos 80 minutos de teatralidad. Ahí todos ganan, pero el único que pierde es Esdras Parra a quien casi nadie recuerda a pesar de ser un personaje único para el teatro por su periplo vital. Esa es una deuda que la intelectualidad venezolana no ha asumido.
!Ahora se espera que Caracas pueda verla pronto, ante todo por los antecedentes que ya se conocen¡

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