martes, diciembre 12, 2006

Se te nota

La homosexualidad, abierta o solapada, ha estado siempre en el teatro. Desde Edipo, personaje que utilizaron Sófocles y Eurípides para sus piezas, tal conducta sexual subió a los escenarios para expiar los pecados de los padres, en este caso Layo, y provocar la catarsis entre los espectadores. En las artes escénicas criollas tales argumentos no han sido extraños, pues varios autores costumbristas, como Leopoldo Ayala Michelena (1897-1962), con El barbero y algo más, crearon unos cuantos personajes “desviados” o zoquetes para provocar así la hilaridad entre el público de la Caracas anterior a 1950. Pero en los años 60,70 y 80 hubo una explosión de piezas relacionadas abiertamente con “el tercer sexo” o el mundo gay. Isaac Chocròn (1930), Román Chalbaud (1931) y José Gabriel Núñez (1937) escribieron y vieron representadas La revolución, La máxima felicidad, Escrito y sellado, Réquiem para un eclipse, El pez que fuma, Todo bicho de uña, Los ángeles terribles y Bang Bang, entre otras Ahí sus personajes homoeróticos lanzaban sus proclamas existenciales o vitalistas.
También, desde los años 70 y hasta bien entrados los 90, se mostró otro teatro para burlarse del peluquero o el criado afeminado presentes en unas tramas cercanas al ridículo. Fue el negocio del Teatro Chacaíto y de otras salas, cuyos empresarios explotaron una “veta de oro”, ya que el público se agolpaba para ver a Julio Gasette, Jorge Palacios, Germán Freites , Antonio Briceño o al reciente Wilmer Ramírez, encarnando a personajes con tales conductas.
Al avanzar este siglo XXI ha vuelto el teatro criollo con homosexuales en una sociedad caraqueña contemporánea, como es el caso de Se te nota, comedia musical de Carlos Arteaga, dirigida por Daniel Uribe, la cual hizo temporada en la Sala Escena 8.
En Se te nota, con psiquiatra en escena (Sebastián Falco), se plantean los conflictos de la homo, la bi y la heterosexualidad masculinas, por intermedio de dos gays: Javier (Francisco de León), abiertamente definido, y Alexander (Albi de Abreu), con deseos de casarse y tener hijos “como lo hizo mi papá”. La argumentación, agravada por el triangulo que se arma con la presencia de Rosa (Malena González), es elemental y desprovista de mayores complicaciones, hasta que se presenta la boda, por lo que el otro llora cual Magdalena irredenta. Pero se presenta un final color rosa: el matrimonio fracasa porque la señora no comparte a su marido con otro hombre y el abandonado caballero tiene que volver a su “viejo camino” o amor. Todo esto en medio de las añejas y eterna canciones de Sandro y unas cuantas coreografías para divertir al crítico de las mil cabezas, que ríe y aplaude frenéticamente por la “humanidad” de lo exhibido.
La dirección, que saca partido de la “bondadosa” temática, y las condiciones actorales de Albi y Malena, especialmente, hacen del espectáculo un pasatiempo plausible, aunque lo que ahí se muestra no es precisamente un perita en dulce. Como anécdota hay que destacar que reproduce, de alguna manera, una situación real, según nos lo comentaron, en el Teatro Escena 8.

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